miércoles, 6 de octubre de 2010

EL ESCRITOR ES UNA PROSTITUTA

A ningún escritor le gustan las malas críticas. Como estudiante de periodismo y producción editorial, sé lo que se siente que un profesor desprestigie numerosos trabajos, pero también sé que nada se compara con la sensación de rabia e impotencia que provocará ver a un editor destruir en segundos, largas jornadas de trabajo. Lo que muy pocos saben, es que las buenas críticas, y aún las más favorables, producen la misma sensación de escalofrío, vacío y soledad. La única diferencia entre los escritores y nosotros, los estudiantes, es que los escritores tienen que reprimirla para no pasar por engreídos, amargados, o resentidos.

Yo nunca pido a mis amigos o familiares leer lo que escribo. Y no es por egoísta, ni por timidez, es porque ellos critican con compasión y así no sirve. Prefiero que sean leídos por desconocidos, así me siento como la más puta de las escritoras. Cuando escribo cuentos, metáforas, crónicas, y hasta columnas de opinión como ésta, siento que son mías y de nadie más. Pero al ser leídas por otros, entiendo que ya no me pertenecen y son propiedad de los demás. Esta afirmación no es gratuita, la oí en una entrevista del gran periodista Rafael Gumucio, quien afirmó que “El escritor, a la hora de la crítica, se siente íntimamente prostituido.” Y tiene toda la razón.

Verán, el escritor es una prostituta. Un profesional del placer que entrega su intimidad más recóndita a un cliente, ya sea el crítico o el lector, quien se puede dar el lujo de gozar, o no. De juzgar o alabar a su antojo, sin pensar en el propio escritor.

Es por esto que, para ser un buen escritor, así como para ser una buena prostituta, hay que inventarse una propia investidura con el objetivo de que la desnudez no sea visible a los ojos. Sólo propia de los sentidos y así, crear en la mente y en el cuerpo espacios privados al que ningún cliente pueda acceder. Para ser una buena prostituta, como para ser un buen escritor, hay que saber fingir muy bien. Perder por completo la sinceridad, hasta evitar terminar enamorado del más imbécil y bestial de los hombres, o sea, de los críticos o lectores.

¿Que si se puede vivir de la prostitución y de la escritura dignamente? Claro que sí, pero eso no quita que, en lo más profundo, escritores y prostitutas comercien con la intimidad, con el secreto, con lo profundo, con el imaginario y con la memoria, con el cuerpo e incluso a veces con el alma. Por eso no es gratuito que cuando el hombre que iba pasando, el abogado, el médico o el profesor, nos leen y alaban el esfuerzo, uno se siente sucio, manoseado.

La escritura y la prostitución desnudan de la manera más cruel y más íntima los mecanismos del mundo. Por el simple hecho de hacer públicos mis pensamientos, mi vida se vende como mercancía. El fingimiento como verdad, la mentira como protección, y la desnudez como terror.

Y bueno, finalmente, tanto en la literatura como en la prostitución, sólo alcanzan la excelencia quienes viven cada encuentro y cada lectura con la intensidad del primer amor. Muy romanticón, lo sé, pero cierto. Sólo las ninfómanas y los egocéntricos enfermos que atacan, se queman, se matan, confunden, seducen y desaparecen, son añorados por la clientela.