Hablo de nuestro periodismo, no de una fantástica película estadounidense. Y en particular, me refiero a ese periodismo que algunas veces no sólo atemoriza al que aborda sino al que intimida y ataca.
Si. Me refiero al periodismo de la W Radio y de su conocido conductor Julio Sánchez Cristo, que no sólo ha logrado seducir con talento y perspicacia a la audiencia nacional, sino a la internacional de claros rasgos colombianos que día a día lo escucha como si fuera propio de su tierra.
Nadie, o muy pocos como Sánchez Cristo hacen radio en Hispanoamérica. Es único, si soy sensata. Imitable en miles de casos, pero no en todos, y a eso, precisamente, voy en esta columna.
En Colombia --y a diferencia de Argentina, que hoy tal vez cuenta con el periodismo más serio de Latinoamérica-- lamentablemente los medios de comunicación han caído en el mundo de los muy pocos, siendo monopolizados por dos o tres familias o selectos grupos dueños de los medios más influyentes, de amigos íntimos que señalan o halagan personajes a su paso.
Todo depende. Si Julio Sánchez y Félix de Bedout, que con evidentes y naturales ansias de poner en tela de juicio lo que bien o mal les parece, deciden, literalmente, hacerle la vida imposible a alguien --con razón o sin ella-- sin recato y sin pena.
Está muy bien denunciar, exigir aclaraciones o explicaciones a confusas versiones. Está muy bien preguntar, contra preguntar y dudar. Está bien interrogar, pero está mejor aclarar.
Lo que está muy mal es hacerlo, primero, sin el conocimiento real de las cosas o, simplemente y, lo que es peor, bajo una inclinación de antipatía u odio personal. La actitud de estos dos periodistas, lejos de ser profesional, se acerca más a la de un provocador busca pleitos.
Cada mañana Julio Sánchez y Felix de Bedout usufructúan el papel de jueces y olvidan que su tarea es periodística para pasar a juzgar a las personas. Les parece insoportable una opinión diferente a la de ellos. En el programa son los oyentes los que tienen que rogar para que les permitan dar su opinión. No más basta con recordar la incesante frase que a diario repiten sus oyentes al llamar: ¡Julito por favor, no me cuelgue! Ahora, ¿desde cuando los periodistas actúan como jueces y determinan sobre qué se puede opinar y sobre qué no? Su concepción del mundo es única y por ende debe ser hegemónica, hablan de Democracia pero no conciben que ésta se basa en el respeto a la diferencia y por ende en la multiplicidad de opiniones.
O está el otro lado de la historia: la de omitir, suavizar o interpretar con ligereza el desarrollo de una noticia con el fin de respaldar a un amigo, a un vecino querido, o a un compañero de actividades nocturnas.
He oído cómo De Bedout, para insistir con él, en su particular afán de ganar protagonismo y de opacar al rival -el entrevistado-. Argumenta sin conocimiento, con leve respeto y frágil profesionalismo. He oído cómo a personajes públicos, privados y hasta presidentes, les tiembla la voz así tengan suficientes argumentos sobre lo que dicen. Pero por el sólo hecho de estar al aire en el programa de Sánchez Cristo, se les oye el pánico cuando respiran, como si al frente no tuvieran simplemente a un experimentado periodista como De Bedout, sino a un criminal con un arma que les apunta directo a la frente. He oído como con sus preguntas tendenciosas arrinconan a quienes no piensan como ellos. Es el caso de: Lucia Morett, Narciso Isa Conde, Jean Pierre Gontard, David Murcia... Sólo por nombrar unos cuantos. Pero el caso más sorprendente fue el del Profesor Miguel Ángel Beltrán Villegas a quien se le juzgo sin darle derecho a la defensa. Al parecer estos periodistas olvidaron que su profesión se basa en la investigación y no simplemente en repetir como idiotas los comunicados oficiales de la Elite Colombiana. Sin embargo, contrasta su manipulación frente a opiniones disidentes con la calma que presentan cuando entrevistan al Presidente o con el furor e incluso el orgasmo que les produce hablar de Juan Manuel Santos.
El periodismo no es intimidación, y eso, lamentablemente, produce algunas veces Sánchez Cristo con sus invitados. El periodismo es informar con el objetivo mínimo, como bien lo hace Darío Arizmendi en su programa hoy por hoy de caracol radio, sólo por citar un ejemplo local. El periodismo, como el argentino, señala, cierto, sindica, pero a todos por igual, sin amiguismos, sin viejas peleas y sin caer en profundas y desarrolladas tentaciones de respaldar al uno o hundir al otro por referencia de una amistad.
En Colombia existe un solo diario de circulación nacional, dos canales privados que manejan el 80% de la audiencia, dos revistas nacionales de análisis político, digo, una. –Porque la segunda fue cerrada por censura- y dos cadenas radiales. Por ende mi inconformismo. No es un asunto personal, ni siquiera contra pseudoperiodistas como Félix de Bedout, Julio Sánchez, Vicky Dávila, Claudia Gurisatti, Enrique Santos, Darío Fernando Patiño, entre otros. Lo que critico y me niego a aceptar es que la opinión pública sea la opinión de las grandes empresas.
En muchas ocasiones he visto con admiración las entrevistas que Sánchez Cristo impecablemente conduce y lidera. Es atrevido como pocos en su género, brillante e inteligente a la hora de contrapreguntar, de un peculiar y gracioso humor que es hasta divertido. por eso a veces me confunde a dónde llega o pretende llegar.
Es esa la razón del título de la columna, que tiene que ver, precisamente, con los intocables. Esos mismos que, como los investigadores de la vieja película, producían pánico a donde llegaban y en los ladrones que perseguían; esos mismos que en vez de armas cargadas tienen el poder de un micrófono que en una mañana cualquiera, y sin la total y evidente claridad, puede destruir el honor de una familia entera, de una institución o de un gobernante.
Nada mejor que el oyente de Miami, de Colombia, de Perú o Venezuela, se sienta bien informado, aún si no está de acuerdo con uno u otro. Pero De Bedout, vuelvo a él, cada día entra en un permanente juego intelectual con su invitado -si así se le puede llamar- en una batalla desigual, muchas veces sin respetar reglas periodísticas básicas. Cruel.
El periodismo no puede ser de intocables, de vencedores y vencidos, de amigos y enemigos. El periodismo, como en Argentina, informa y destituye si es el caso, pero con la gran diferencia de que lo hace, repito, en busca de un bien general, bajo un marco de objetividad, y no como el de los intocables, que en ocasiones sólo pretende el beneficio netamente particular o su propio protagonismo y brillantez de su ego, que al final viene siendo lo mismo.
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