martes, 24 de agosto de 2010

ALGO PROFUNDO PASA

Estoy copiando los parámetros del examen en el tablero. Escribí con mi hermosa letra: CÁLCULO EXAMEN FINAL. Y ahora, justo cuando escribo el segundo punto, siento a mis espaldas ese silencio que conozco bien. Un silencio inquieto, incómodo que quiere escapar, pero no lo logra. Un silencio acompañado con cruces de miradas rápidas y nerviosas que me seducen, me inquietan.

5 Y ÚLTIMO PUNTO. Es lo último que escribo en el tablero. Doy media vuelta sonriente y les digo: ¡listo! Pueden comenzar. Lúzcanse. Me rio con sarcasmo, pues sé que los exámenes de 5 puntos son los más difíciles, el examen les costará más trabajo y yo soy muy estricto con eso.

Siempre hago chistes a mis alumnos. Aunque el que se burle, y de ellos, sea yo. Pero eso está bien, pues deben prepararse para el mundo real. Afuera los van a juzgar sin compasión. Los señalarán y se burlaran por cualquier cosa que hagan. Y bueno, también me causa gracia que sean tan tontitos e ingenuos. Es curioso, nunca fui un hombre ocurrente. No era un hombre de chistes y bromas. Pero cuando empecé a dar clases, descubrí que aquí adelante soy un hombre imponente, me respetan, me escuchan, soy el protagonista. Y eso me hace sentir muy bien, tengo el poder y alimento mi ego.

Un buen profesor debe mantener firmes las riendas de la clase. Ahora por ejemplo que terminé de escribir el examen en el tablero, me planto frente a ellos con una mirada severa, escrutadora. Eso en cuanto a los hombres. Con las mujeres soy más coqueto, no puedo evitar admirar el cuerpo de cada una cuando llega. Cuento con tan buena suerte, que siempre a mi clase, llegan mujeres guapísimas. Casi siempre suelo atraparlas, seducirlas y tarde que temprano caen en mis redes. Con ellas nada de órdenes: la amabilidad y el fino coqueteo son todo un detalle.

Digamos, en la clase de este semestre hay una chica muy hermosa, es la de las blusas desprendidas, debe tener unos 17 años. Siempre me desconcentra en clase con su escote tan pronunciado. Suele sentarse en la tercera fila sola. Me inquieta que nunca tome apuntes. Sólo mira mi cabeza calva. Cuando le pregunto algo, me mira fijamente a los ojos intentando seducirme. Es inteligente y eso me excita. Aunque no acostumbra a fallar a clases, cuando no asiste, la extraño.

Carolina se levanta del asiento y sale del salón. Siempre lo hace, irá a la cafetería por un café, o al baño, no sé. Aunque lo tengo prohibido, a ella no le importa. Pasa por encima de mi autoridad y hace lo que se le da la gana. Tal vez sabe que me domina y que cualquier cosa que me pidiera, se la concedería sin pensarlo dos veces. No sé por qué me atrae tanto si me ha retado en clase, a veces es hasta grosera, responde sólo lo que le pregunto y golpea mi ego tan fuerte, que confieso que a veces quisiera matarla. Es agresivita, dominante y muy segura de sí misma. Todo eso lo refleja con tan solo una mirada. Impacta.

A Carolina suelo hacerle más chistes que a los demás, me burlo de ella. Pero ella salió más lista. Se burla de mÍ y me dice un par de verdades en la cara. No le importa que yo sea el profesor, no le importa que pueda hacerle perder la materia, pues se cree tan lista e inteligente la putita esta, que nada podría quedarle grande. Y no lo dudo, me ha dejado sorprendido más de cuatro veces.
El examen termina. Al entregarme la hoja, rosan sus manos por mi espalda. Sale de primera del salón y me susurra algo al oído. No le entiendo. Salgo para alcanzarla y se pierde entre la multitud de estudiantes.

Salgo del edificio y volteo a mano derecha y ahí está, sentada en una mesa sola. No desaprovecho oportunidad y me siento a su lado. La invito a un café y rechaza. Pero bueno, estamos sentados en la misma mesa. Las piernas me tiemblan, no soy el mismo que era cuando estaba en el salón. De repente me siento como hace 20 años, un hombre joven, tímido, resplandeciente… pero novato.

Sí, verdaderamente la muchacha esta me inspira. Vuelvo a mirar a Carolina aún dudando. Ella por su parte no ha dejado de seguir los mínimos vaivenes de mis manos, con una fidelidad insospechable, que me inunda de gratitud. Junto ambas palmas uniendo las puntas de los dedos, y las acerco lentamente al mentón. Las dejo allí en suspenso por un momento y luego las empiezo a mecer muy levemente desde los pulgares. Aproximo la cara un centímetro más; ahora los índices rozan al pasar mis labios, ella se remueve en el asiento, sin poder despegar los ojos de mi boca. Su respiración se agita. Apoyo los pulgares en mi boca y ella, con fascinación hipnótica, empieza a jugar con el tercer botón de su blusa. Se lleva un caramelo a la boca y me hace una pregunta indecente.

¡No soporto más! quiero abrazarla, besarla, tocarla, sentirla. Noto como su altanería se convierte en dulzura, me susurra al oído, acaricia mi calva y mi barriga. Es una mujer madre. Ella, me mira a los ojos y comienza a acercarse a mí lentamente, me agarra fuerte, con propiedad y me besa lenta y suavemente. Somos amantes. De inmediato se para y se va, me dice que promete verme luego.

A clase se ausentó por un mes. Hoy volvió, desde aquel dia, no somos los mismos. O quizás si. Sólo que ahora el disfraz de la apariencia, es invisible a nuestros ojos. Y aunque nunca crucemos palabras fuera del salón, sabemos que algo profundo pasa.

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