domingo, 29 de noviembre de 2009

UN CONSULTORIO SOBRE RUEDAS

Eran las 10 de la noche piloteaba mi nave
Era mi taxi un Volkswagen del año 68 (…)
Que es lo que hace un taxista cuando un caballero
Coincide con su mujer en horario y esmero…


Estas fueron las frases que llegaron instantáneamente a mi cabeza al oír la nueva experiencia que nos planteaban realizar en la universidad. Confieso que tal vez mi pensamiento fue un poco extremista, pues nadie dijo que conducir un taxi fuera cuestión de encontrarse a la rubia de la minifalda y lentejuelas llorando porque su marido la engaña con la que resulta ser la esposa del taxista. Nadie lo dijo, sin embargo tan novata era en ese entonces -no estoy diciendo que todavía no lo sea- que me imaginaba lo peor y lo poco que había oído en las canciones, que de hecho no es que sean muchas, era mi única referencia.

Entonces, haciendo alarde de mi inexperiencia y como si fuera algo de otro mundo, organicé mi itinerario la noche anterior -como si pudiera predecir el prototipo de cada pasajero que abordaría el vehículo- y de acuerdo con lo planeado ese día salí de mi casa exactamente a las 6:45 de la mañana, para comenzar con la experiencia que en mi vida hasta ahora había vivido desde el otro lado de cristal.

Me preguntaba quién sería mi primer pasajero: un hombre, una mujer, un estudiante, un trabajador...eran tantas las posibilidades que en el instante en que Martha, mi vecina, me pidió con un grito que la esperara tuvo que correr a alcanzarme porque realmente no pude oírla en medio de mi concentración. Ahí estaba, mi primer pasajero, nada de lo que había imaginado sino algo más sencillo: mi vecina que ya iba un poco tarde al trabajo.

Algo que tengo que mencionar es que mi vecina se sorprendió muchísimo al verme en este rol, tanto que me pregunto incontables veces si era de verdad que iba a conducir un taxi durante todo el día, en lugar de hacer lo que usualmente salía a hacer todos los días de la semana. Un poco chismosa ella.

En unos instantes, ya nos encontrábamos camino hacia el trabajo de mi vecina, ubicado en la 92 con 13. No sé si fue el efecto de volver a manejar después de dos años de no hacerlo, o que ya me estaba creyendo el cuento de ser taxista, pero nunca antes había visto calles más congestionadas que las de esa carrera. Anotando también que, para mí, la conversación de mi vecina no hacía más amena la situación, de hecho, ¿qué conversación con una vecina puede ser al menos un poco interesante?

La dejé en un edificio grande, que por la recepción parecía más un hotel que un lugar de trabajo en fin, no había tiempo para fijarme en más detalles. ¡Ahora más que nunca el tiempo era oro! Así que empecé de nuevo mi recorrido por las calles inundadas de carros de Bogotá, viendo cómo los ejecutivos caminaban apresurados en una apresurada ciudad, como normalmente caminaría yo hacia alguna clase en la universidad.

De repente y de la nada vi un brazo extendido y en seguida la dueña de éste, una señora joven con una cara que decía muchas cosas pero al mismo tiempo ninguna en particular. Paré de inmediato, la señora se subió apresuradamente y sin saludar me dijo que siguiera la camioneta que iba delante de nosotros. Es la hora en que no entiendo por qué no fui capaz de preguntarle nada, si, por lo que podía percibir desde el espejo retrovisor y por sus ojos rojos que noté desde el comienzo, esta señora que más tarde me diría que se llamaba Stella, -cosa que no hubiera recordado si la mamá de una gran amiga no se llamara así-, estaba a punto de llorar, si es que no lo venía haciendo.

Mientras tanto por mi mente pasaban tantas cosas que ahora recuerdo más o menos dos, y a medias. Lo que no se me olvida para nada es haber pensado que me encontraba en una de las tantas películas que me había armado en la cabeza el día anterior. Sin embargo no tuve tanto tiempo de pensar, pues Stella me interrumpió con palabras que a duras penas si podían salir de su boca y transformarse en sonidos que yo pudiera entender. Tuve que hacerle señas de que no le entendía, fingiendo que lo que decía era dirigido a mí, y, rápidamente y con las lágrimas cayendo desde sus ojos, empezó a contarme la historia de la persona a la que estábamos persiguiendo.

Empezó con el nombre: Darío. Y me pareció muy curioso que justo en ese momento en la radio, habiendo sintonizado Radio Uno para creerme más el rol, sonaba la canción más típica de Darío Gómez, a lo que era inevitable pensar: ¿Qué es esta película tan bien armada? Darío era el esposo de Stella y por lo que pude entender hacía varios días, o meses, no estaba en la casa el tiempo que se suponía debía estar. Infidelidad, fue lo primero que se me vino a la mente. Pensamiento que ella misma se encargaría de alimentar contándome acerca de los mensajes encontrados en el celular, las excusas reforzadas por llegar tarde del dizque trabajo y la extraña actitud durante el poco tiempo que lo veía.

“..y no sólo eso, es que las mujeres tenemos un instinto, algo así como un sexto sentido -que de hecho es algo que muy pocos hombres reconocen- y ellos son tan poco creativos que nunca piensan en inventar por lo menos excusas más creíbles y menos usadas” le respondía yo a Stella, le hablaba desde mi poca experiencia, sin embargo son varias las "joyitas" que he tenido que soportar, de las cuales se aprende a no tragar entero y a detectar sus mentiras por pequeños detalles como determinados gestos, balbuceos, su lenguaje corporal y facial, entre otras tantas cosas que a todos los delatan., mientras tanto, ella afirmaba con un leve movimiento de su cabeza…

Es difícil explicar lo extraña que me sentí al detenernos y ver que de la puerta de esa camioneta en fuga, salía la persona que durante seis años fue mi profesora de español en el colegio. Es más, todavía dudo si era la misma Elsa a la que Darío saludó ahí con tanto amor, pero es imposible que existan dos personas tan idénticas, y de hecho he tratado de engañarme pensando lo contrario, pero cuanto más trato, más me doy cuenta de que era verdad.

Fue tal el acto bochornoso que presencié, que lo primero que pensé luego de esto fue en llamar a mi mamá y ofrecerme amablemente a recogerla del trabajo en la calle 63 con 7 y llevarla a la casa de vuelta a mi realidad, aunque sin duda alguna fue una buena experiencia. La labor de ser taxista no sólo consiste en transportar, sin duda son sillones de psicoanálisis, sondeo de opinión, sala de romance y sexo, guías de turistas, confesores, oidores, relatores, consejeros, árbitros de conflictos, espectadores callados y asistentes en emergencias.

Me atrevería a decir que es la vida misma sobre cuatro ruedas, viajes cortos de vidas largas, intermedios y caminos, hombres con vida que trasladan vidas que vienen y van, miden la presión arterial de las calles y la temperatura de los espíritus y todos, somos compañeros de viaje. Diálogos inagotables, como si fuéramos amigos de años, contándonos la vida e intimidades. Por otro lado, el recorrido me sirve para permanecer en silencio, quedarme muda contemplando las calles, los peatones, los colores, la ciudad en movimiento, sin ánimos de enfrascarme en conversaciones de ningún tipo. No es éste el caso, pero al responder con monosílabos, terminan por desistir de buscar temas de conversación.

1 comentario:

  1. Muy buenas narraciones, me recuerdas el Nadaismo de Fernando Vallejo... continuare leyendolas

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